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martes, 21 de junio de 2016

Estupores Electorales

Visto lo visto, da la sensación de que la humanidad entera está partida por la mitad. Mientras unos piensan que es de día, los demás están convencidos de que es de noche.

Esta semana vamos a tener dos votaciones muy decisivas. El jueves, en Gran Bretaña, se votará si el Reino Unido va a seguir en la Unión Europea ("Remain"), o prefiere seguir el camino en solitario ("Leave") y desatar el temido Brexit.

Todos sabemos que en el Reino Unido existe un sentimiento muy arraigado de nacionalismo, o incluso de insularidad. Y que su visión transnacional está bastante más orientada a su ensoñación imperial del mundo anglosajón de la Commonwealth, que a sus vecinos más inmediatos, esos que se desarrollan al otro lado del English Channel (Canal de la Mancha para todos los demás).

A pesar de que la llamada Batalla de Inglaterra fue muy cruenta, Gran Bretaña no ha visto soldados extranjeros en su territorio en los últimos siglos. A diferencia, por cierto, de la mayoría de países con los que comparte la Unión Europea.

Tras la Segunda Guerra Mundial, que dejó una Europa arrasada, fragmentada y desconfiada, se ha hecho un esfuerzo titánico para construir una entidad supranacional, de la que podamos todos sentirnos orgullosos. Con éxito desigual, eso también es verdad. Porque la Unión Europea a menudo se asemeja a una hidra de muchas cabezas, que come ingentes cantidades de alimento todos los días, pero que consume buena parte de su tiempo en largas siestas.

El jueves veremos en las urnas cuántos británicos se dejan llevar por las emociones y el corazón, y prefieren separarse de la Unión Europea. Y cuántos votan con la cabeza y piensan con más frialdad en el futuro inmediato de este continente. Sólo desde dentro tendremos alguna posibilidad de cambiar y mejorar esta Unión Europea que a todos nos decepciona con demasiada frecuencia, pero que es el único futuro que a todos nos debería ilusionar.

Sería curioso, si no fuera dramático, ver cómo el asesinato de una diputada de Westminster ha modificado algo el estado de opinión en el Reino Unido. Como si, de repente, muchos se hubieran dado cuenta de que, detrás de las tesis nacionalistas de la separación hay muchos componentes de odio, con los que una mayoría no se siente confortable.

El viernes conoceremos el resultado. Ojalá decidan quedarse, que los británicos, a pesar de que frecuentemente son más bien raritos, resultan adorables, y los necesitamos en esta Europa balbuceante.



De otra parte, el domingo nos toca votar a los españoles, por segunda vez en apenas seis meses. El aparente fin del bipartidismo parece que se les ha atragantado a nuestros políticos, que tienen que enfrentarse a situaciones para las que muestran no estar preparados.

Con sólo dos partidos mayores, el juego parecía más o menos controlado y conocido. Se trataba de pelear por conseguir más votos que los otros y, a ser posible, con mayoría absoluta. Si había que completar escaños con alguna fuerza minoritaria, el tema se reducía al regateo de qué conceder a cambio del apoyo de algunos diputados de alguna de las fuerzas nacionalistas, habitualmente. Así, tanto Felipe, como Aznar o Zapatero, gobernaron con mayorías absolutas en algunas ocasiones, y con el apoyo de vascos y/o catalanes en otras. Fin del invento.

Pero ahora la situación política se ha vuelto más adulta, y tenemos cuatro fuerzas con presencia significativa en el Congreso. Cualquier Gobierno requiere un acuerdo de coalición entre varias de ellas. Este proceso no se consiguió culminar en los muchos meses que se destinaron a ello, a partir del 20D. Por eso tendremos ahora nuevas elecciones.

Pero el panorama resultante parece que será bastante parecido al emanado del 20D. Y lo que estamos escuchando durante esta campaña electoral nos llevaría en directo al mismo bloqueo que ya conocemos bien.

Superadas algunas dudas de posicionamiento, interesadas sin duda, sobre si la dicotomía derecha-izquierda estaba superada y demás, hemos vuelto al redil y, simplificando, tenemos ahora dos fuerzas situadas en el arco de la derecha (PP y Ciudadanos) y otras dos en el arco de la izquierda (PSOE y Unidos Podemos). Dejando al margen algunas otras ensoñaciones que parecen irrealizables (como la llamada Gran Coalición, por lo menos esta vez), sólo hay dos opciones que tengan visos de realismo. O bien un Gobierno de la Derecha o bien uno de la Izquierda. Otros equilibrios parecen demasiado inestables como para que podamos siquiera considerarlos.

El 20D arrojó unos resultados totales de 163 diputados para la derecha (123 del PP, más 40 de Ciudadanos) y 161 para la izquierda (90 para el PSOE, 69 para Podemos y 2 para Izquierda Unida).

A pesar de tener una ligera ventaja el ala derecha, el PP, con Rajoy a la cabeza, renunció siquiera a intentar llegar a ningún tipo de acuerdo con Ciudadanos, que acabó arrojándose en brazos del PSOE, para construir una mayoría definitivamente insuficiente. Rajoy declinó la invitación del Rey a presentarse a un proceso de investidura, y este acto fue el inicio de un juego sin salida.

Podemos se negó a permitir un gobierno del PSOE con Ciudadanos, incluso con su abstención, y los intentos de Pedro Sánchez naufragaron sin remisión.

El hecho más significativo que nos puede traer el 26J es el llamado sorpasso. Por su alianza con Izquierda Unida, Unidos Podemos podría conseguir más votos y más escaños que el PSOE, y convertirse en la primera fuerza del ala izquierda en el Congreso. Porque el balance de votos del ala derecha y del ala izquierda (aceptando las hipótesis de posicionamiento que he aplicado aquí, que a alguno le parecerá mal, sin duda) se mantendrá, muy probablemente, en un entorno casi idéntico al 20D. Es posible que el PP gane algún escaño, pero Ciudadanos se enfrenta al riesgo de perder alguno. El PSOE debería esperar el peor resultado de su historia, y conseguir un cierto empate técnico con Unidos Podemos, en la horquilla de los ochenta y pico escaños.

Cuando se conozcan al detalle los números finos, me parece que deberían dejarse todos de postureos que a nada conducen. La fuerza más votada del ala (derecha o izquierda) que consiga mayor representación, deberá asumir el protagonismo de organizar una sesión de investidura. Deberá establecer un acuerdo sólido con la otra fuerza de su propia ala, y buscar los apoyos que puedan ser necesarios, aunque sea via abstención, entre el resto de fuerzas minoritarias en el Congreso.

En otras palabras, o bien el PP (con o sin Rajoy a lo mejor es parte de las negociaciones necesarias), o bien Unidos Podemos (o el PSOE, si consigue resistir mejor de lo que parece en las encuestas) deben asumir el papel que los ciudadanos les habremos dado. Los acuerdos de coalición a los que tengan que llegar deberían ser tema de unas pocas semanas de negociación. Y deberíamos tener un nuevo Gobierno, razonablemente sólido, no más tarde de la vuelta de las vacaciones, a primeros de Septiembre.

Hasta el final de la campaña, todos tienen derecho a denostar a sus rivales y adversarios y a pelear hasta por el último voto. Han caído, y seguirán así, en descalificaciones o incluso insultos en algún caso. Todo eso vale hasta el domingo. A partir del lunes, y de acuerdo a la aritmética fina que surja de las urnas, todos a trabajar en la línea que he expuesto, y basta ya de postureos y tonterías. Tendrán que hacer un esfuerzo, pero deberán olvidar todos los sapos que se han tenido que tragar durante la campaña electoral.

Y si algo falla y no se avanza en esta dirección, la única conclusión posible será que alguno o algunos de los partidos se han puesto por delante de los intereses de los ciudadanos, y deberán pagar muy caro ese desplante.

El que crea que el PP es un partido instalado en la corrupción vergonzante y que gobiernan para sus amiguetes, que no les vote el domingo. El que piense que Unidos Podemos es un partido comunista y que sería un desastre para este país, que no les vote el domingo.

Pero, a partir del lunes, cada partido tendrá, legítimamente, la representación que le hayamos dado los ciudadanos. Y será el momento de negociar y de dar y pedir concesiones, para llegar a un acuerdo de investidura y de Gobierno. El Gobierno que resulte será legítimo y deberá gobernar para todos los españoles. Si, a criterio de los ciudadanos, no lo hacen bien, en las próximas elecciones el electorado les castigará.

Y punto final. Ya han jugado suficiente todos los políticos. Ahora es el tiempo de que este país pueda seguir funcionando, y que los políticos se vean relegados al papel que les toca, un poco secundario en relación con el propio país y sus ciudadanos.

Porque el excesivo protagonismo de los políticos es por completo estéril, y en nada contribuye a nuestro bienestar.

JMBA

1 comentario:

  1. El electotado ya no castiga. Si asÍ fuera, el PP llevaría años en el más absoluto ostracismo. Pero dejémonos de tonterías. Este país és, ante todo CAPITALISTA

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