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miércoles, 27 de enero de 2016

El Asedio a Pedro Sánchez

Dicen las Escrituras que Pedro negó a Jesús hasta tres veces antes de que cantara el gallo. Da la sensación de que Pedro Sánchez podría batir ese récord de su santo tocayo.
Estos son los líderes de los cuatro partidos que se reparten el 90% de
los escaños del Congreso de los Diputados.
(AFP, EFE. Fuente: nacion)

Cuando fue nombrado Secretario General del PSOE en Julio de 2014, los dirigentes del partido estaban convencidos de que elegían a alguien nuevo, que debería reconducir la regeneración del partido tras los sucesivos descalabros electorales, y que deberçia guiarlo en la travesía del desierto que, muy probablemente, supondría el resto de esa legislatura y otra completa. Hasta 2019 no se planteaban que el PSOE tuviera de nuevo alguna opción de ocupar la Moncloa.

Sin embargo, los acontecimientos se han ido precipitando. El desgaste del PP ha sido más rápido y mayor de lo que se podía imaginar. A ello han contribuido diversos factores. De una parte, los sucesivos episodios de corrupción rampante, y la aparente abulia de Mariano Rajoy y su equipo en ponerles coto. De otra, la situación económica general ha mejorado, por lo menos en las cifras macro, y muchos ciudadanos han empezado a pensar seriamente que ya va siendo hora de repartir mejor las rentas, mucho más de lo que es capaz de hacer un partido de la derecha tradicional.

Y no conviene olvidar otro factor exógeno de gran trascendencia, como ha sido la aparición, con mucho ímpetu, de una nueva fuerza en la izquierda política, Podemos, que ha generado nuevas ilusiones en muchos votantes tradicionalmente abstencionistas.

La realidad, pues, es que la situación parlamentaria tras las Elecciones Generales del 20-D es de una complejidad nunca conocida hasta ahora. Cuatro partidos se reparten el 90% de los escaños del Congreso de los Diputados. Dos de ellos en el entorno de la derecha (PP con 123 diputados y Ciudadanos con 40), y otros dos en la izquierda (PSOE con 90 diputados y Podemos - incluyendo todas sus confluencias o coaliciones - con 69). Prácticamente un empate técnico entre las dos grandes tendencias, lo que ha vuelto totalmente imprevisible quién podrá encabezar un Gobierno con los suficientes apoyos para que sea razonablemente estable.

Durante la precampaña y la propia campaña electoral, todos los partidos han lanzado pestes contra los demás, como ya es tradición y probablemente hasta sea su obligación. Todos intentan convencer a los ciudadanos de que les voten a ellos y no a otros que podrían resultar más o menos parecidos. Creo que todo lo que se ha dicho en esa fase sería mejor olvidarlo, porque ya cumplió su función, y el único resultado que vale es el reparto que dieron las urnas, es decir, todos los ciudadanos.

La última parte de la legislatura, en que Pedro Sánchez ejerció de jefe de la oposición, la bronca parlamentaria ha estado servida, y el tono ha sido muy poco comedido tanto por parte de Pedro Sánchez como del propio Mariano Rajoy. Hay que tener en cuenta que Rajoy, encastillado y engolado en su mayoría absoluta, ha tratado al Parlamento en su conjunto con infinito desprecio. Ha acudido cuando le tocaba hacerlo, pero no se ha preocupado lo más mínimo de tender la mano al resto de fuerzas políticas, más allá de ofrecer en algunas ocasiones la posibilidad de adhesiones incondicionales, que nada tienen que ver con el pacto o la negociación.

El tono bronco de estas sesiones en el Congreso se exportó a los debates televisados durante la campaña. De modo especial al que enfrentó directamente a Rajoy con Pedro Sánchez. Se intercambiaron acusaciones muy graves, y su relación personal ha quedado definitivamente rota, al límite de que ninguno de los dos ni siquiera respeta al otro.

Las cinco semanas que ya han pasado desde el 20D han sido seriamente mermadas por el período navideño, donde la prioridad es para los turrones, las uvas, el cava y los regalos.

Pero ya después de Reyes todos los partidos se han empeñado en las sumas y restas, para evaluar las posibilidades reales que puede haber de pactos o coaliciones para formar el nuevo Gobierno de España. Bueno, los políticos, los periodistas y los cientos de tertulianos que pueblan la galaxia mediática.

El PP, que ha sufrido un revés electoral de primera magnitud, ha conseguido, sin embargo, seguir siendo la fuerza más votada, pero aterradoramente lejos de la mayoría absoluta. El partido, hoy por hoy, se muestra razonablemente unido en torno a la figura de Rajoy, y todos sus portavoces aseguran que Rajoy es su único candidato y que no hay más que hablar. Aunque seguro que en alguna habitación oscura se están desarrollando las ecuaciones necesarias de un Plan B, para el caso de que mantener a Rajoy pueda afectar a la cuota de poder que mantenga el propio partido. En caso de necesidad, Rajoy podría ser sacrificado en beneficio de otro candidato o candidata que pudiera tener más fácil el llegar a pactos y acuerdos con otras fuerzas. De hecho, Soraya ya figuró en algunos de los carteles electorales de su partido, como si fuera la cara B de esa candidatura.

Por su parte, que Pedro Sánchez pueda tener alguna opción de presidir el nuevo Gobierno ha desbordado las previsiones del aparato del PSOE. Y ha sembrado la desconfianza en su propio partido, donde la mayoría de barones territoriales, que han recuperado poder tras las últimas elecciones municipales y autonómicas de la primavera de 2015, están dictando el comportamiento que debería mantener el PSOE y su líder, al menos nominal. La situación es parecida a la de cualquier asociación que nombra a un encargado de la tesorería, para gestionar las modestas cuotas de los asociados. Pero cuando un golpe de suerte, un premio de la Lotería, provoca una afluencia masiva de dinero a la caja, parece que quien era bueno para gestionar la miseria ya no lo es tanto para liderar la riqueza.

Tras semanas de dimes y diretes, parece que sólo hay dos opciones razonables para un nuevo Gobierno estable. De una parte, la gran coalición, al estilo alemán, donde el Gobierno pudiera ser presidido por Rajoy (o alguna otra persona propuesta por el PP), con la participación y/o el apoyo (por activa o por pasiva) de Ciudadanos y el propio PSOE. Sin embargo, tanto Pedro Sánchez como todas las voces del PSOE han negado reiteradamente la posibilidad de que pudieran avalar un gobierno presidido por Mariano Rajoy y por el PP. Sánchez ha negado a Rajoy en todos los tonos posibles.

Y la otra alternativa posible sería un gran pacto de izquierdas, con PSOE, Podemos y los 2 diputados de Unidad Popular (Izquierda Unida). También necesitarían el apoyo, o al menos la abstención, de alguna de las restantes fuerzas, básicamente los nacionalistas (independentistas) catalanes y el PNV. Pero eso provocaría cruzar varias líneas rojas para el PSOE, en particular la consideración de España como nación y su unidad como bien superior.

Ciudadanos, de su parte, con sus 40 diputados, ha manifestado desde siempre que nunca van a votar a favor de un gobierno del PP o del PSOE. Siendo su espacio natural el centro-derecha, les diferencia del PP que exigen fuertes medidas de regeneración democrática y contra la corrupción, grandes pactos para los temas trascendentes de Estado (como la Educación, por ejemplo). Previa negociación y acuerdo en ese tipo de medidas, podrían llegar a abstenerse en una investidura de Rajoy. También podrían hacerlo en una de Pedro Sánchez, pero ahí la línea roja es que el PSOE debería contar también con Podemos para tener alguna opción. Ciudadanos y Podemos son como agua y aceite, que nunca se mezclarán de buen grado, más allá de acuerdos puntuales en temas de regeneración democrática.

A todo ello se suma que nuestros políticos parecen carecer del hábito de la negociación y el pacto, porque la historia reciente no les ha obligado a ello. Lo que fue posible al principio de la Transición, hoy parece ciencia-ficción. Los dos grandes partidos se han acostumbrado a que o bien gobiernan o bien lideran la oposición, intentando ganarse al electorado para gobernar en la siguiente legislatura. De hecho, por lo que vamos sabiendo, en las más de dos semanas desde que finalizó el ciclo navideño, no parece que haya habido conversaciones serias entre los cuatro partidos.

Es cierto que Rajoy recibió a los líderes de los tres otros grandes partidos. Pero las reuniones fueron cortas, prácticamente de pura cortesía. y parece que lo que quedó en el ánimo del Presidente (en funciones) es que no había opción de llegar a acuerdo alguno, más allá, quizá, de conseguir una abstención de Ciudadanos, como colofón a prolongadas negociaciones. Insuficiente para asegurar una investidura y la formación de un Gobierno estable. La conclusión de Rajoy es que obtendría una mayoría absoluta de votos en contra de su candidatura.

El sainete que se desarrolló el pasado viernes, al final de la ronda de contactos del Jefe del Estado con los líderes de las diversas formaciones, ha sembrado el desconcierto entre nuestros políticos.

Al mediodía, tras su reunión con el Rey, Pablo Iglesias se rodeó de su corte de colaboradores más próximos en la rueda de prensa en el Congreso, y soltó su bomba, con toda la arrogancia y la soberbia que le caracterizan. Dijo haber comunicado al Rey su voluntad de formar un Gobierno con el PSOE y Unidad Popular, siempre que formara parte de él como vicepresidente y con varios ministros. En declaraciones posteriores, ha aclarado (para ampliar el efecto de la bomba) que lo de formar parte del Gobierno es necesario porque no se fían de que el PSOE cumpla lo que prometa si no hay miembros de Podemos en el nuevo Ejecutivo.

Pedro Sánchez quedó descolocado, porque fue el propio monarca el que le informó de esa iniciativa de Podemos, de la que, parece, no tenía noticia alguna hasta ese momento.

Vista esa avalancha de novedades de las que no se había hablado para nada hasta ese viernes, Rajoy decidió, en el último momento, dar un paso atrás y declinar la invitación (natural, por ser el líder de la fuerza más votada) de Felipe VI para presentarse como candidato a la Presidencia del Gobierno en un debate de investidura. Alegó no disponer, en ese momento, de los apoyos suficientes para ello. En rueda de prensa posterior, desde Moncloa, añadió que no quería presentarse a una investidura sin tener posibilidades de obtenerla, ya que eso pondría en marcha el reloj de los dos meses, tras los cuales se convocarían nuevas Elecciones Generales si no se hubiera conseguido la formación de ningún Gobierno. Pero también aclaró que sigue considerándose candidato.

Esos movimientos depositaron en los frágiles hombros de Pedro Sánchez la iniciativa de establecer los pactos necesarios para poder presentarse (y ganar) un debate de investidura.

Este miércoles empieza la segunda ronda de consultas del Rey con los líderes de las diversas formaciones políticas. El próximo martes, una vez concluidas, el Rey deberá proponer a un candidato a la investidura, que podría ser Rajoy (aunque no creo), o más probablemente Pedro Sánchez, si le transmite al monarca que cree disponer de los suficientes apoyos para ganar un debate de investidura.

Lo que ninguno de los líderes quiere de ninguna forma es enfrentarse a un debate de investidura sin tener razonables garantías de que lo va a ganar. Presentarse y perder es una losa demasiado pesada, que probablemente terminaría con la carrera política de su protagonista. A base de capotazos aquí y allá, Pablo Iglesias y Mariano Rajoy han puesto a Pedro Sánchez cuadrado para la suerte de varas, solo ante el picador.

Sánchez ha negado repetidas veces a Podemos, aunque no citándolo explícitamente. A preguntas insistentes de Gloria Lomana, en una entrevista televisada, sólo acabó diciendo que "Nunca pactaré con el populismo". Porque tanto Sánchez como el Comité Federal del PSOE saben que un gobierno de coalición con Podemos podría ser una amenaza mortal para, incluso, la propia supervivencia del partido.

El próximo sábado se reunirá el Comité Federal del PSOE, y el siguiente martes se producirá la nueva reunión de Pedro Sánchez con el Rey. El Comité Federal, previsiblemente, definirá con nitidez los grados de libertad que pueda tener Sánchez para negociar posibles pactos, con Podemos y otros.

Por su parte, Pedro Sánchez sabe que esta es su oportunidad de oro. Si después de obtener el peor resultado de su historia en términos de votos y escaños, acabara de Presidente del Gobierno, sería una carambola totalmente inesperada. Si no consigue ocupar la Moncloa, casi al precio que sea, su propia carrera política posiblemente quede finiquitada. Personalmente, sin embargo, no consigo imaginarme que pudiera funcionar un Gobierno con Sánchez de presidente e Iglesias de vicepresidente. Dos egos de tal tamaño no caben en un solo Ejecutivo.

En resumen, la situación parece muy estancada. Rajoy y Sánchez se odian políticamente, lo que es normal, pero también se odian y se desprecian a nivel personal. No es imaginable que el PSOE pueda ni siquiera abstenerse ante una investidura de Rajoy.

Una posible alternativa podría ser la sustitución de líderes, o la aparición de algún personaje más o menos independiente que pudiera encabezar un Gobierno de concentración nacional, con aportaciones del PP, del PSOE y de Ciudadanos. Podría ser, quizá, el turno para que Soraya Sáenz de Santamaría diera el salto a la primera línea, y que Susana Díaz accediera al nivel nacional. O podría ser un nuevo encargo para el pacífico y paciente Ángel Gabilondo (un decir), actualmente sumido en la oposición de la Comunidad de Madrid.

Más de 11 millones de votantes eligieron opciones de cambio respecto al PP, sea PSOE, Podemos o Unidad Popular, frente a los algo más de 10 millones que votaron al PP o a su alter ego Ciudadanos. Parecería, pues, razonable, que el nuevo Gobierno de España fuera de cambio, y no incluyera de ninguna forma al PP, que se instalaría en la oposición parlamentaria, e incluso podría utilizar de forma torticera su mayoría absoluta en el Senado, para lo que quiera que valga eso.

Sin embargo, la formación de un Gobierno de ese tipo me temo que está fuera del alcance de Pedro Sánchez, que podría acabar esta fase como un juguete roto.

Puede que las próximas semanas aporten algún nuevo salto mortal. Pero si no ocurre algo muy sonado, mi augurio es que estaremos abocados a nuevas Elecciones Generales. El problema es que, mientras no se produzca ningún debate de investidura, no empieza a contar el plazo de los dos meses para convocar Elecciones. Nadie apunta maneras para jugarse el pescuezo exponiéndose a un debate de investidura. Igual acabe habiendo nuevas Elecciones, pero no ya en la primavera, sino quizá en el otoño.

¿Qué resultado arrojarían las urnas en esas supuestas nuevas Elecciones Generales?. Seguramente crecería la abstención, pero los resultados en número de escaños daría un panorama parecido al actual. Muy probablemente el PP aumentaría algún diputado, a costa de Ciudadanos, y Podemos haría lo mismo a costa del PSOE. Como el 20D hubo una diferencia de sólo 300.000 votos en favor del PSOE frente a Podemos, un cambio ligero podría situar a Podemos como primera fuerza de la izquierda. Y eso generaría un panorama completamente diferente, a pesar de una aritmética relativamente parecida.

Pedro Sánchez, en su encrucijada política, ha negado repetidas veces al PP y a Rajoy; ha negado al populismo y, por extensión, a Podemos; y también ha negado, aunque con la boca pequeña (a menudo a través de César Luena, su alter ego), las recomendaciones de su propio Comité Federal, de los barones territoriales y hasta de los grandes popes del socialismo español, como Felipe González o Rubalcaba. Sánchez está asediado y sólo tiene dos posibles salidas: o bien su retirada de la primera línea o bien tiene que empezar a tragarse sapos envenenados y negar que negó. En otras palabras, aceptar llegar a la Moncloa al precio que sea, a pesar del aparato de su propio partido.

De todas formas, resulta chusco que el mayor motivo por el que el aparato del PSOE se opone a cualquier acuerdo con Podemos pasa por el tema de Catalunya. Podemos, cuya confluencia catalana obtuvo el primer lugar el 20D, es consciente de que hay que arbitrar una solución para Catalunya, que seguir ignorando el problema, como ha venido haciendo el Gobierno de Rajoy, no aporta nada y sólo alimenta al independentismo. Sugieren que debería reconocerse en la Constitución que España es un país plurinacional (lo que sería elevar a la ley lo que es una realidad práctica), y hablan de un posible referéndum en Catalunya, donde Podemos haría campaña por el NO a la independencia. Estas propuestas erizan los vellos de Susana Díaz y otros barones, así como los de Felipe González, que ha sugerido sin ambages la Gran Coalición como solución recomendable. Con este tipo de iniciativas creen ver amenazada la igualdad de todos los españoles.

Francamente, este tipo de argumentos me produce estupor, porque nunca he visto que se esmeren con tanto esfuerzo en defender la igualdad de todos los ciudadanos de la Unión Europea. Quiero pensar que, seguramente, porque saben que los alemanes no son iguales que los españoles, y sospechan que los rumanos, por ejemplo, tampoco son iguales que los españoles. Personalmente, me repele mucho ese igualitarismo buenista, que es un eslógan tradicional de cierta progresía, pero que, a mi juicio, no se sostiene. Una democracia madura debe garantizar que todos los ciudadanos sean iguales ante la Ley, y que tienen igualdad de oportunidades. Pero más allá de eso, cada ciudadano es diferente y único.

En fin, veremos por dónde rompen aguas tantos desacuerdos y líneas rojas. Me gustaría que nuestros políticos fueran capaces de llegar a acuerdos suficientes para abordar esta legislatura con un Gobierno para todos los españoles, suficientemente estable para actuar con determinación los próximos cuatro años.

Pero a Pedro Sánchez no le arriendo la ganancia. Mal si hace (los tirios le denostarán), pero mal también si no hace (los troyanos le vapulearán). Vencer al asedio al que está sometido por unos y otros no le será nada fácil.

Por salida heroica no me viene nada.

JMBA

jueves, 14 de enero de 2016

¿2015?. No, Gracias.

Hace unos días hemos despedido un año más, ese 2015 que se agotó en nuestras manos. Y lo despedimos con muy poquita pena y nada de gloria.


Porque 2015 no ha sido un año bueno. Por el contrario, en él se han confirmado nuestros peores augurios, se ha demostrado, una vez más, que el ser humano es de naturaleza corrupta y da la sensación de que nos hemos aproximado un pasito más al Fin del Mundo, lo que sea que esto vaya finalmente a ser.

Ya vivimos instalados en un terrorismo internacional, prácticamente de Estado. El llamado Daesh, o Estado Islámico, se ha hecho con el poder en una parte de Irak y de Siria, y desde allí, con los medios que les da un territorio y con la connivencia de los estraperlistas de siempre, intenta extender una idea totalitaria que nos repugna a la mayoría. En 2015 han provocado innumerables muertes en sus propios países, donde los musulmanes son sus principales víctimas (paradoja del destino) y también varios centenares en nuestro vecindario más próximo.

Los atentados de París, primero en Charlie Hebdo (Enero) y luego (en Noviembre) los diversos atentados sincronizados en la sala Bataclan, las terrazas de diversos cafés y los alrededores del propio Stade de France, han provocado víctimas que eran como vecinos nuestros. El yihadismo nos ha atacado en nuestros países (que todavía no son los suyos). En 2015, Francia ha sido la víctima principal, pero sólo la sobreactividad de las Fuerzas de Seguridad ha evitado que otros países, incluida España, se sumaran a esa macabra lista. Y no olvidemos los repetidos atentados en Turquía, tierra de frontera de esta guerra tan del siglo XXI.

Ante una reacción ejemplar de los ciudadanos, empeñados en preservar nuestra forma de vida occidental, los atentados han provocado serias alteraciones en la vida normal de los ciudadanos honrados, y nos han menguado nuestros propios derechos de ciudadanía. Los movimientos más elementales de nuestras libertades están constantemente vigilados y monitorizados por unas omnipresentes fuerzas de seguridad. Una sobrerreacción que parece tener por único objetivo el transmitir a los ciudadanos una sensación de seguridad. Como si el hombre malo fuera a cruzar el arco de los aeropuertos (un ejemplo) empuñando sus armas pesadas. Esta Nochevieja no ha habido grandes celebraciones públicas en ciudades señeras como París o Bruselas.

Nos ha costado muchos siglos y muchos sacrificios llegar a tener unos niveles de convivencia muy civilizados, como para que estos factores, relacionados con un concepto enfermizo de la religión como arma de destrucción masiva, vengan ahora a hacernos retroceder uno o dos milenios.

Veremos qué somos capaces de hacer en este tema en el año 16.

Los peores augurios sobre el cambio climático parecen estarse cumpliendo. Estar en la playa en Diciembre puede que sólo sea algo anecdótico, pero en las grandes ciudades estamos sumergidos en una contaminación ambiental que nos está envenenando quizá no tan lentamente. La osadía de la especie humana en su instrumentalización de la Naturaleza acabará pasándonos factura. Y la pregunta no va a ser sobre cómo será el mundo dentro de doscientos años, sino cuál será la nueva especie que reinará en la Tierra, después de que la raza humana haya sido ya etiquetada como otra especia fallida y sea exterminada. Como ya sucedió con los dinosaurios y con tantas otras especies animales en los últimos millones de años.

En España, 2015 ha sido un aquelarre de elecciones políticas, algunas de ellas bastante fallidas, en el sentido de que han puesto en evidencia la mediocridad y cortoplacismo de la mayoría de políticos que pretenden gobernarnos. Todos los políticos tienen que tener claro que los votantes nunca votan mal. Es tarea de los políticos esforzarse por administrar (no retorcer) lo que los ciudadanos hemos depositado en sus manos. Los grandes partidos que han mantenido una cierta hegemonía en las últimas décadas han sufrido erosiones electorales enormes, mientras que parece que los ciudadanos han (hemos) depositado la confianza en fuerzas nuevas recién llegadas a la arena política. De las que, por cierto, todavía no podemos decir cosas malas (ni buenas, para el caso). Veremos.

Tras una legislatura caracterizada por el rodillo parlamentario del PP y su Gobierno, enrocado en la soberbia y la prepotencia que les ha permitido la mayoría absoluta que consiguieron en 2011, Mariano Rajoy nos ha obsequiado con unas elecciones navideñas, en una mano el voto y en la otra un polvorón. El resultado ha sido diabólico. El PP sigue siendo la fuerza más votada, pero dos de cada tres de sus votantes del 2011 han desertado. El PSOE ha vuelto a bajar, demostrando que una oposición chapucera también provoca erosión electoral, y ha sufrido un desgaste enorme, hasta ahora reservado a los partidos con responsabilidad de Gobierno. Su líder, Pedro Sánchez, está en entredicho, incluso de sus propios correligionarios.

Estos días nos toca asistir a ese cortejo de las diversas fuerzas, que intentan los equilibrios más improbables para conseguir (o conservar) el poder. En un sistema parlamentario como el nuestro, todas las fuerzas políticas representan (conjuntamente) a todos los ciudadanos. Y siempre, sea cual sea el resultado, debería haber negociaciones y pactos constantemente entre todas ellas, para conseguir el único objetivo noble que les hemos asignado: gobernar para todos y no sólo para sus propios votantes.

Llevamos décadas instalados en el autismo político de los que ganan unas elecciones. Eso ha provocado sobredosis de leyes y normas (cumplirlas o no ya es otra conversación), pero total ausencia de Pactos de Estado para los grandes temas que van a conformar lo que sea España dentro de veinte o treinta años. Parece que el único objetivo de los políticos es perpetuarse en el poder, para muchos el único oficio que conocen, y preocuparse básicamente de intentar ganar las siguientes elecciones. Un plan de país es un concepto tan elevado que no está al alcance de este tipo de políticos, que nunca han sido, y no apuntan maneras para llegar a serlo nunca, auténticos estadistas.

Mientras tanto, la Educación vive sofocada en un marasmo fangoso, trufado de fracaso escolar y de mensajes partidistas. Con profesores desmotivados, porque nunca les han permitido intervenir, como máximos conocedores del tema, en la configuración de la Educación en España, que es un tema que nos afecta a todos, tengamos o no hijos. Porque de la educación de hoy se declinará el tipo de país que tengamos dentro de 10 ó 20 años. Una educación que se mueve a vaivenes, porque cada partido político, cuando puede, crea su propia Ley de Educación, y donde la escolarización a menudo sólo aporta el retrasar unos años la incorporación a las listas de desempleados.

La Sanidad pública, que sobrevive gracias a los fantásticos profesionales que la componen, se ha convertido en arma arrojadiza, que los liberales quisieran privatizar porque business is business, y los políticos la utilizan para sus querellas interterritoriales. A muchos políticos se les llena la boca con su objetivo de igualdad para todos los españoles, pero parecen incompetentes cuando se trata de armonizar la oferta sanitaria pública en todo el territorio. Desde mi punto de vista, está bien que su gestión esté en manos de las respectivas Comunidades Autónomas, pero es un sinsentido que no exista coordinación alguna entre ellas. Parece imposible poder disponer de una tarjeta sanitaria única para todos los españoles (para todos los europeos, añadiría yo), que les permita ser atendidos allí donde se encuentren, y que cualquier médico pueda acceder a su expediente. Y es ya una posibilidad perdida el tener bien articulados los tratamientos muy especializados, centrados allí donde exista la excelencia. La facturación cruzada es un tema interno, que no debería presentar problema alguno.

Y no creo, para nada, que la solución sea volver a una gestión centralizada, que tiene siempre muchas ineficiencias. Pero hay que hacer bien las cosas y no utilizar la Sanidad pública como un arma arrojadiza entre políticos de diferente signo y de diversos territorios.

Parece que la mejoría económica ha sido bastante evidente en 2015. Al menos, las grandes cifras de la macroeconomía. Pero el nuevo crecimiento es todavía más vicioso que el anterior. Se ha precarizado el empleo y muchos salarios ya no permiten ni siquiera vivir dignamente, lo que ha inaugurado una nueva clase social: la de los trabajadores pobres con riesgo de exclusión social.

Dicen que hemos mejorado en competitividad. Es cierto, somos más competitivos que antes en coste de la mano de obra, frente a terceros países, con un modelo social y político muy diferente del de nuestro entorno. Pero no hemos mejorado nuestra productividad en términos cualitativos, y parece como si estuviéramos condenados a ser los camareros de Europa. En plena crisis económica se han reducido, todavía más, los presupuestos para la investigación y el desarrollo. Con ello, conseguir cambiar el modelo económico de España es un puro ejercicio de política-ficción.

Si alguien cree que la Educación o la Investigación son muy caras, que lo intente con la ignorancia y que exporte los investigadores a otros países, que sí saben aprovecharse de ellos.

En este año recién fallecido, nos han perseguido todos los días las noticias sobre corrupción y latrocinios. Las tramas del PP (Gurtel y Púnica sólo para empezar), nos han hecho visualizar a siniestros personajes absolutamente obscenos, que se han movido como pez en el agua en lo público para su propio beneficio. Bárcenas tuvo ya una estancia en la cárcel, pero su sombra es tan alargada que cubre hasta al propio Presidente del Gobierno (actualmente en funciones). Un personaje como Francisco Granados produce vómito, tras escuchar sus muchos alegatos televisivos contra los corruptos, lo que no hace más que ilustrar su total convencimiento en su propia impunidad.

También hemos conocido que el que muchos llamaron artífice del milagro económico español de fin de siglo, Rodrigo Rato, aparte de ser un mal gestor, cosa que ya sabíamos, ha resultado ser también un administrador desleal, un corrupto y un defraudador fiscal. Es la paradoja que nos faltaba para que dejemos de creer que el político honesto no es un personaje de ficción.

En Andalucía, el PSOE, tras más de treinta años ininterrumpidos en el gobierno regional, ha construido una maquinaria gigante de clientelismo corrupto, de la que los casos conocidos (los ERE, o los cursos de formación) me temo que no son más que la punta del iceberg. Disponen del dinero público para comprar voluntades y votos, de modo que ya no sabemos cuántos de los andaluces que votan repetidamente al PSOE lo hacen por convencimiento o por el más puro y espúreo interés personal. Y, en su entorno, personajes siniestros y vulgares, que a lo mejor no han estado nunca en Suiza, pero echan mano del dinero de la caja de todos para sus orgías de mariscadas, cocaína y puticlubs.

La que una vez fue la primera familia de Catalunya, los Pujol, ya son considerados por los jueces como una organización criminal, que acumuló fortunas obscenas de origen desconocido, aunque las sospechas de corrupción política en forma de comisiones de los adjudicatarios parece la más probable. Nadie debería descartar que detrás de los nuevos aires de independentismo en Catalunya, el afán de crear una República Catalana, independiente de España, esté oculto el deseo de que los Tribunales de casa acaben olvidando tanto latrocinio.

En los últimos días hemos sabido de otro caso más, el del embajador y el diputado que llevaban un despacho de influencias, un lobby, para facilitar contratos a empresas españolas (a menudo, mediante sobornos a funcionarios locales), a cambio de jugosísimas comisiones. Con cierta apariencia de legalidad, pero instalados en la amoralidad política total y completa.

Además, en todo el año, no he conseguido más que unos eurillos en premios de las muchas loterías de las que soy asiduo cliente.

En resumen, un año para olvidar. Ha habido algunas cosas buenas, eso sí (seguimos vivos, la salud razonablemente bien, hemos hecho algunos viajes a sitios desconocidos y hemos sobrevivido a nuestros políticos), pero las cosas malas se van acumulando. Como país, a pesar de algunas mejoras macroeconómicas, seguimos yendo para abajo (en precariedad, en pobreza, en exclusión social, en corrupción, en I+D, en Educación, etc. etc.).

Lo único que podemos desear es que 2016 sea el año del vuelco, de la inflexión, en el que empecemos a ir para arriba, como todos los españoles nos merecemos. Para nuestra desgracia, los políticos lideran la evolución del país, y a pesar de que pocas cosas saben hacer para ayudar, muchas hacen para empujarnos a todos hacia abajo. Se enfrentan ahora a un desafío nuevo, que les obliga a superar enemistades y rencillas personales, para trabajar, de verdad, por el bien del país y de sus ciudadanos. Que empiecen a pensar en el largo plazo, en el proyecto de país que queremos hacer una realidad en las próximas décadas.

Si al final no están a la altura, los ciudadanos, de nuevo, tendremos que tomar el relevo.

Algunos, estos días, desean Felicidad y que el 2016 no sea peor que el 2015. Con todo lo que os he contado, la única reacción posible es: ¿2015?. No, gracias.

JMBA