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domingo, 27 de mayo de 2012

Ociosos en la calle Andorra

A diferencia de la mayoría de deportes, donde los contendientes deben prestar atención al juego durante todo el tiempo, la petanca es un deporte que se desarrolla por turnos. El que no tiene que tirar puede dedicar el tiempo de la espera a criticar al tirador, a hablar sobre el tiempo, a observar los pajarillos o a meterse con alguien.
Jugadores de petanca (que nada tienen que ver con los
que me topé esta mañana).
(Fuente: diputacionalbacete)

En mi campaña de búsqueda de establecimientos en Madrid con croissants correctos a la venta, localicé hace unos meses una panadería y pastelería, de estilo francés, en la calle Andorra, en el barrio de Canillas del distrito de Hortaleza. Esta calle es muy retorcida y cimbreante, y en parte de su recorrido es vagamente paralela a la de Silvano. El sitio es muy cercano al Liceo Francés, lo que podría explicar la existencia de un establecimiento de barrio, en ese barrio, con especialidades próximas a la excelencia francesa en estas lides.

Desde que lo descubrí, algún domingo por la mañana me he acercado al lugar y he comprado unos croissants para el desayuno (o casi brunch). Hoy ha sido uno de esos días. Habitualmente, siempre hay algún lugar libre en esa calle para aparcar el coche un domingo por la mañana. Pero un poco más adelante hay un polideportivo, y esta mañana se celebraba allí un partido de fútbol, con bastante afluencia de público. El resultado es que no había esta mañana ningún espacio libre en las proximidades de la panadería.

Di un par de vueltas completas a la manzana (lo que por esa zona no es ninguna tontería, pues las calles describen un itinerario sinuoso y caprichoso). En la segunda vi cómo tras de mí otro vehículo se detenía justo frente a la panadería, y bajaba una persona a comprar las viandas, mientras el vehículo permanecía allí parado unos minutos. Con coches aparcados a ambos lados de la calle, queda para la circulación un carril ancho para la circulación en una sola hilera. Con un coche cuidadosamente detenido en doble fila, otro coche puede circular sin muchos problemas, sólo tomando alguna precaución.

A la siguiente vuelta, decidí hacer yo lo mismo. Al fin y al cabo, mi gestión no tomaría más que un par de minutos. Acostumbro a no hacerlo nunca, porque me parece incívico. Y si coincido en alguna zona azul o verde procuro sacar un tíquet aunque sólo vaya a estar alejado del coche durante unos pocos minutos. Pero hoy podía parar justo enfrente del establecimiento, podía vigilar el coche todo el tiempo, y moverlo a otro lugar en poco más de treinta segundos, suponiendo que se diera el caso improbable de que en la escasa circulación de un domingo por la mañana apareciera algún vehículo más ancho que un turismo convencional, y pudiera tener algún problema para poder seguir circulando.

Así lo hice, dejando encendidos los indicadores intermitentes de emergencia. Durante los escasos minutos que estuve en la panadería no se produjo ningún incidente. Quizá pasaron uno o dos coches, que pudieron seguir circulando por la calle, sobrepasando a mi vehículo detenido. Estando a escasos diez metros del coche, no dejé de echarle una mirada cada diez segundos, para evitar perjudicar de ninguna forma a otro conductor.

Al otro lado de la calle, tras una verja, hay unas canchas populares que se utilizan para el juego de la petanca. Me sorprendió ver cómo algunos jugadores (de los que estaban ociosos, esperando su turno) se agolpaban junto a la verja, señalando hacia mi coche, aunque en ese momento no le di mayor importancia.

Cuando salí para subirme al coche y volver a casa (una bolsita en la mano con pan y croissants), no más de tres o cuatro minutos después de haberme detenido allí, los jugadores ociosos agolpados junto a la verja me imprecaron por mi comportamiento incívico, y porque en esta calle no se puede aparcar en doble fila. Realmente no se puede ni se debe en ninguna parte, pero todo tiene sus matices y la posibilidad de alguna excepción.

Su actitud me parecía desproporcionada, además de injusta, porque mi comportamiento habitual no es en absoluto ese. Aunque eso, ellos no lo sabían, claro.

Nada más lejos de mi ánimo que provocar ningún tipo de enfrentamiento, incluso verbal. Dejé la bolsa en el interior del coche, y me disponía a irme cuanto antes, para evitar cualquier tipo de incidente, cuando mi actitud todavía les enfureció más, y empezaron a levantar voces, acusándome de no atender a sus comentarios. Uno incluso me dijo que otro vehículo me había roto el retrovisor exterior por detener el coche en doble fila, lo cual, por supuesto, era falso, pues había estado vigilándolo todo el tiempo. A pesar de eso, le di la vuelta al coche para verificar que todo estaba como lo había dejado. Intenté disculparme apuntando el hecho de que había sido todo cuestión de tres o cuatro minutos, pero no me pareció que estuvieran dispuestos a mantener una conversación civilizada.

Tan rápido como pude, monté en el coche, y me alejé de allí, sin más problemas.

Cuando observo un comportamiento que, con la información de que dispongo,  me parece absurdo, siempre procuro identificar alguna causa razonable para una ira aparentemente gratuita. Que se tratara de jugadores ociosos de petanca no me pareció suficiente razón. Con lo cual concluí que, probablemente, se dé una de estas dos circunstancias: o bien los vecinos no soportan que forasteros (mi domicilio está en el mismo distrito, pero en un barrio diferente) se lleven productos de la tienda de su barrio (igual quisieran poder comprar algún croissant a una hora más tardía del momento en que acostumbran a agotarse), o bien, por algún motivo, existe un contencioso larvado entre la panadería y las correspondientes comunidades de vecinos, y no reparan en argumentos para perjudicar su negocio. Quizá un asunto de ruidos, o de extracción de humos, o lo que sea. Si existe alguna causa pendiente de este tipo, entonces es probable que los jugadores de petanca estén confabulados para comportarse como auténticas patrullas ciudadanas, de bajo nivel de confrontación, eso sí, porque podrían haberme pinchado las cuatro ruedas, claro.

En fin, querido lector, si te acercas por ese lugar, resultará más sano que aparques el coche en la calle Silvano (siempre acostumbra a haber lugares libres en festivo) y cruces a pie los jardines y las canchas y, a ser posible, lanza también algún comentario elogioso al rendimiento de alguno de los jugadores. Aunque nunca se sabe, que igual tiene también enemigos en las proximidades, y tu comentario es mal recibido.

Es que la peña está de los nervios.

JMBA

2 comentarios:

  1. Gracias Bigas por convertir una anécdota intrascendente en un relato ameno e interesante.
    Me han contado que se puede convertir un blog en libro pero aún no he descubierto cómo se hace. Cuando lo sepa, ya te lo diré porque tu blog bien merecería estar en las bibliotecas de libros.
    Un abrazo.
    Santi

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  2. Nunca me gustó el juego de la petanca ni los que lo practican. Es raro ver gente joven en esos particulares corrillo de vejestorios machistas. ¿Porqué nunca hay mujeres? ¿Porqué sus coversaciones son siempre tan cavernIcolas?

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