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lunes, 28 de febrero de 2011

Pequeñas Cosas que no Molan Nada (7)

Todas las casas tienen alguna zona donde se acaban almacenando todas aquellas cosas que no usamos, por lo menos que no usamos con frecuencia.
Cajas que originariamente contuvieron botellas de vino,
hoy están atestadas de libros, y yacen sobre otras
con material electrónico reciclable
(JMBigas, Febrero 2011)

Las viejas casonas disponían de un desván, una buhardilla o unas golfas (como se acostumbra a llamarlas en catalán). Había que subir habitualmente unas escaleras desiguales y mal iluminadas, para llegar a una puerta que chirriaba al abrirse. Esos desvanes eran a menudo rincones de la memoria, muchas veces perdida, o restos sin sentido de antiguos habitantes de la casa. Muchas películas han utilizado los desvanes como recintos del terror, o como refugio de aquellos que tenían algo por lo que esconderse.

Hoy en día los pisos verticales (los llamados chalets adosados) tienen un sótano, el garaje o una buhardilla, que se utiliza a tales efectos. Los garajes, especialmente, son una buena ilustración de ello. Se acumulan cajas de contenidos muchas veces desconocido, embalajes que quizá en algún momento habrá que reutilizar, juguetes viejos ya inservibles y demás monsergas. Entrar y salir del garaje con el coche requiere cierta puntería para evitar estas trampas.

Los pequeños pisos urbanos también disponen siempre de alguna zona para este particular tipo de conservación o almacenaje. Los pisos familiares disponen a menudo del llamado trastero (por su nombre los conoceréis), que es un cuartito separado del piso propiamente dicho, que se encuentra en el sótano, o en el ático, o junto al garaje, o en alguna zona poco transitada. Hay un trastero por piso, de tamaño normalmente exiguo, pero suficiente para poder apilar cajas, embalajes, sillas de la terraza en invierno, etc. Los trasteros de todos los pisos acostumbran a estar juntitos, al lado del garaje o en algún pasillo lóbrego al que los propietarios pueden acceder por una puerta cerrada con llave.

Los pisos que no tienen trastero habilitan, sobre la marcha, alguna zona para la misma función. A veces es un altillo sobre el pasillo (el espacio entre el techo verdadero y el falso techo de escayola), al que se puede acceder, subidos en una escalera de mano, mediante una portezuela de madera, desde la cocina, o desde el salón, o desde uno de los baños.
Mover esa caja grande y pesada, con un monitor culón
dentro, será una tortura
(JMBigas, Febrero 2011)

Yo viví muchos años en un pequeño apartamento de 49 metros cuadrados (una habitación, salón, cocina, baño y un pequeño balcón, donde escasamente cabía un tendedero móvil). No había sitio muerto para utilizar como trastero. Pero en el pasillito de entrada, frente a la cocina, y en el rincón de la puerta de acceso, quedaba una zona de no más de cuarenta o cincuenta centímetros de ancho por metro y medio de largo, por la que no se circulaba habitualmente. La práctica diaria dictó el utilizar esa mínima zona para acumular cajas con libros ya leídos, o embalajes de cosas recién compradas, y que la prudencia aconsejaba no tirar de inmediato (bueno, reciclar). Ese rincón se convirtió en un trastero improvisado, de cuya capacidad sólo fui plenamente consciente cuando tuve que realizar una mudanza.

El que realmente no disponga en su casa de ningún lugar habilitado o habilitable para este fin, siempre puede recurrir a la oferta comercial de trasteros de alquiler (la publicidad propone desde 1 metro cuadrado).

Desde hace años ya, el piso en que vivo tiene un trastero de unos seis metros cuadrados, al que se accede por una puerta frente al ascensor, en el portal de entrada. Hay un pasillo en U, con algo más de una docena de trasteros, uno por cada piso de mi escalera. Creo que alguno nunca se ha vendido, y sigue perteneciendo a la Promotora (que es una deudora perpetua de la Comunidad, pues los trasteros también tienen cuota).

La construcción es rústica (suelo de cemento, paredes de Pladur, puerta metálica) pero cumple su función. Su viabilidad solamente apareció durante la construcción de la casa (no estaban en el proyecto original), gracias a un fuerte desnivel entre la parte anterior y la posterior de la parcela. A pesar de lo improvisado, todos los trasteros están perfectamente escriturados y constan en el Catastro como elementos autónomos. Por lo tanto, pago el correspondiente IBI y la Tasa por Prestación del Servicio de Gestión de Residuos Urbanos (sic) del Ayuntamiento de Madrid, al igual que por el piso y por la plaza de aparcamiento. Unos euros todos los años.
Estas sillas plegables difícilmente se podrán volver a
utilizar, pero ahí están, en el trastero
(JMBigas, Febrero 2011)

El primer día, cuando me dieron la llave, el trastero estaba vacío. Conviene recordarlo, porque esto a menudo se nos olvida. Solamente tiene un punto de luz, donde, en su momento, instalé un simple casquillo y una bombilla. Para las (escasas) visitas al trastero, resulta más que suficiente.

El piso dispone de varios armarios empotrados, más el armario grande del dormitorio principal que instalé, y las estanterías y librerías del salón y de la habitación que utilizo como despacho (desde donde os estoy escribiendo). De verdad, estaba convencido de que nunca iba a ser capaz de llenarlos. Vana ilusión.

Al principio, sólo guardé en el trastero las cajas desmontadas que me habían sobrado al realizar la mudanza, reservadas para un eventual uso posterior.

Con el paso del tiempo, descubrí que los estantes y armarios del despacho, entre libros, CD,s, cintas de video VHS, y más tarde DVDs, y Juegos para el PC, me desbordaban por todos lados. Tenía libros en doble y triple fila, y otros tumbados encima, hasta completar el espacio disponible. Decidí que los libros que ya había leído los podía guardar en algún lugar menos a mano, porque muy raramente tenía que recurrir a ellos. Reutilicé al principio alguna de las cajas pequeñas de la mudanza, y las llené de libros leídos. Las numeré y llevo el inventario de lo que hay en cada una (por si acaso). Inicié una saga que se fue completando en base a reutilizar las cajas de seis (o doce) botellas de vino para rellenarlas con libros. Conviene que no sean muy grandes, porque una caja grande llena de libros no hay quien la mueva. Ya tengo 26 de ellas en el trastero.
Cajas plegadas de diversos tipos y tamaños esperan el
momento de volver a ser útiles
(JMBigas, Febrero 2011)

Fui haciendo lo mismo con las cintas VHS (tengo 6 cajas medianas o grandes con ellas en el trastero) y también con los Juegos de PC (con los que tengo 5 cajas en el trastero, y varios archivadores todavía en el piso).

Cuando me compré el primer ordenador (con pantalla e impresora), pensé en aprovechar el trastero para guardar los embalajes, para lo que pudiera hacer falta más adelante. Cuando cambié la pantalla culona por una plana, aproveché el hecho de no haber tirado su embalaje original, para volver a meter la pantalla en su caja, y mantenerla en el trastero. El resultado es una caja enorme y muy pesada, y sudo enormemente cada vez que pienso en la posibilidad de llevar caja y pantalla a un Punto Verde.

Cuando cambié el ordenador por otro más moderno, el viejo también lo metí en su embalaje original, y hoy es otra caja grande y pesada que ocupa un espacio en el trastero.

Compré una barbacoa para la terraza (con todos sus adminículos, incluyendo el carboncillo y las pastillas para encenderla). Pero solamente la utilicé una vez, después de ver la humareda indecente que montó en todo el vecindario. Fui más afortunado que un vecino, que montó una barbacoa de obra en su patio, que no le he visto utilizar nunca en los últimos ocho o nueve años. Antes de eso, también asistimos a alguna humareda histórica. A mi me bastó desmontarla y meterla de nuevo en su caja, y guardarlo todo en el trastero.

Tengo en el piso unos cuantos botelleros para almacenar (y exponer) hasta un centenar de botellas de vino. Pero tras algún viaje a diversas zonas vinícolas, de donde traje algunas cajas de vino en el maletero del coche, no me quedaba espacio en los botelleros, y decidí almacenarlas, de momento, en el trastero. Bueno, habitualmente no hay luz, y el ambiente es más bien fresco todo el año. No es mal lugar para una bodeguilla improvisada. El único movimiento de salida que recuerdo en el trastero para los últimos diez años es el de subir alguna caja de vino al piso, para ocupar en los botelleros los espacios dejados libres por el consumo.

Para una fiesta con los amigos, tuve que comprar algunas sillas plegables para la terraza. Las primeras que compré tenían algo de madera (no preparada para exteriores). Tras la fiesta las dejé plegadas en la terraza un tiempo, y sufrieron con la lluvia. Quedaron prácticamente inutilizables. Pero, en lugar de disponer de ellas directamente para el reciclado, decidí guardarlas en el trastero, por si acaso. Compré luego otras de aluminio y plástico, mucho más prácticas, y las tengo también en el trastero, esperando alguna nueva aglomeración.
Estas sillas están esperando alguna ocasión para poder
desplegarse de nuevo en la terraza
(JMBigas, Febrero 2011)

Algunas maletas que no me cabían en ningún altillo de los armarios de casa, yacen envueltas en sacos de plástico en el trastero. Las he sustituido ya todas por otros modelos, pero las viejas ahí están.

Estuches de cartón, de esos preparados para el transporte de tres o seis botellas (de vino, habitualmente), plegaditas, tengo varias en el trastero, acumulando polvo.

Cuando uno empieza a ser consciente del fenómeno trastero (acumulación progresiva de cosas que probablemente nunca tenga necesidad de volver a utilizar) decide tomar medidas. Los embalajes de la gran mayoría de cosas que he comprado en los últimos años se fueron directamente al reciclaje, sin pasar por el trastero.

En informática se utiliza el término buffer (que viene a significar, en inglés, algo del tipo parachoques, paragolpes, tope de tren, amortiguador) para designar a una memoria intermedia, o tampón. Los datos que están en el disco se cargan en un buffer, para tenerlos más fácilmente accesibles, por si volvieran a hacer falta. El trastero es el buffer de los trastos. El lugar donde se apilan cosas que ya habría que haber tirado. Es una especie de limbo o purgatorio, donde muchas cosas se amontonan, esperando un destino definitivo.

Pero la capacidad del trastero es necesariamente limitada, y su evolución natural es a irse llenando. Vosotros, lectores sagaces, seguro que estáis olfateando ya la tragedia. Hay un día en que, al abrir su puerta, sólo nos habita una única idea: hay que limpiar el trastero, porque ya no cabe nada más. A mí ya me ha asaltado la idea varias veces. Hasta ahora he conseguido acallarla con falsos consuelos (esa pila de cajas todavía es estable, se puede poner otra encima; en ese rincón todavía caben un par de cajas pequeñas;...).

Pero la sola idea de meterle mano me produce sudores fríos. Porque lo que, sin duda, habrá que tirar, está, con toda probabilidad, al fondo del todo. El trastero es una cola LIFO (Last In; First Out) por definición. Especialmente el mío, que es rectangular, alargado y la puerta está en un extremo. Para llevar a reciclar ese viejo PC (dos cajas muy pesadas; cubiertas por otras cajas todavía útiles que habrá que mover) o esa caja grande de cintas VHS,... habrá que moverlo todo dentro del trastero. Como no hay espacio para tantos movimientos, habrá que sacar cosas al pasillo, para acceder a lo que se quiera sacar, y luego volver a meter todo aquello a lo que todavía no le llegó su hora. Sigo sudando sólo de imaginarlo.

No mola pero que nada la sola idea de limpiar el trastero. Hacerlo, ya debe ser la debacle. Porque una vez sacado lo que deba llevar al reciclaje, habrá que llevarlo por el pasillo hasta el rellano del portal, y luego bajarlo al coche. Pero esas cajas grandes no me cabrán en el coche. ¿Cómo lo haré?. En este punto de la crónica del desastre, normalmente interrumpo el razonamiento, y me instalo en el convencimiento de que nunca me llegará el momento en que resulte imprescindible realizar la tarea, pienso que conseguiré posponerla ad aeternum, y el que venga que arree.

El trastero, el Purgatorio de los trastos, fuente de tanto tormento...

JMBA

2 comentarios:

  1. ... y el que venga que arree. Recuerdo que nuestro padre siempre nos decía refiriendose a su piso (150m2 de piso) sin trastero añadido, el día que yo me muera tendreis trabajo largo. No se equivoco, 5 meses nos llevo vaciar, eso sí a conciencia, el piso familiar de nuestra infancia y juventud. Sudamos tinta, salió de todo, las cosas mas inverosímiles, las mas remotas, las mas raras, pero en nuestro caso no encontramos ninguna fortuna escondida en el fondo de ningún armario.
    En vista del esfuerzo que nos costó el vaciado del piso familiar, yo he optado por no guardar nada que quede obsoleto y persigo con fiera saña todo aquello que mi familia atesora en cualquier rincón,(tarros de cristal, retales de tela, cachivaches de todo tipo, etc.) Solo soy considerada, de momento con los libros y ya empiezo a plantearme la posibilidad de hacer limpieza ante la inminente falta de espacio de mi vivienda de 84m2 sin trastero y habitada por 4 personas adultas.
    Hay que ser razonable, y las cosas que no se han usado en el último año, lo mejor es deshacerse de ellas, seguro que mañana nos acordaremos de ellas pero ya será demasiado tarde.
    Un abrazo

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  2. Bigasss, yo tengo un problema parecido con el trastero, tiene un tamaño bueno pues son unos 12 m2, pero está a rebosar, lleno pues eso de trastos, al entrar hay que sortear todo tipo de trastos, y ya últimamente tengo un problema añadido, debido a mi hobby-deporte, el aeromodelismo, pues imaginarás tengo aviones despiezados con alas por otro lado, puesto como se puede por encima de cajas y trastos, además extremando el cuidado pues estos aviones son muy frágiles, vamos que con soplarle se rompe algo seguro, ya lo dicen mis colegas de vuelo, los accidentes no estan en el campo de vuelo, están en casa, en el trastero y en el viaje del trastero al garage, no será la primera ala que se parta en ese viaje, sortenado las estrecheces de los pasillos en el camino. En fin, como tu bien dices, pienso en "limpiar" el trastero algún día pero me entran sudores fríos y me pongo enfermo.
    Ah, se me olvidaba, también tengo una bicicleta con las ruedas desmontadas para que ocupe menos, que hace tiempo que no la saco, varios años.

    un abrazo,

    Jesús Yagüe

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