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jueves, 13 de enero de 2011

Pequeñas cosas que no molan nada (4)

Tradicionalmente, el sentido común siempre ha intuido que abrir cualquier tipo de lata requiere de algún instrumento o herramienta. De hecho, abrelatas de diversa génesis, origen y morfología formaban parte integrante del equipaje de cualquier soldado, campista o niño de colonias. Los había simples y fáciles de usar, otros eran simples pero imposibles de sacarles partido sin un curso completo, y otros sofisticados y voluminosos, reservados para algún cajón de la cocina.
(Fuente: forocoches)

Y también los hay eléctricos y automáticos, que a mi nunca me han fallado, incluso cuando he debido utilizarlos como segundo recurso, tras fallar las tretas imaginadas por un fabricante obsesionado por (reduciendo los costes) facilitar la apertura al usuario final, al disfrutador de lo que la lata encerró durante bastante tiempo.

Para describir los nuevos mecanismos de apertura, los fabricantes, los publicistas y el mercado en general acuñó una expresión que demuestra las altas dosis de ironía y humor que siempre habita en el alma de un diseñador: abrefácil.

Para quien va a abrir una lata, como si no fuera suficiente desgracia tan triste condumio, abrefácil significa, habitualmente, abrirás la lata con el sudor de tu frente y la (probable) sangre de tus manos; las maldiciones y blasfemias que lances durante el acto, además, te enviarán directamente al infierno.
Lata de sardinas con la tapa
enrollada en la llavecita
(Fuente: julia600)

Los primeros fabricantes que idearon un dispositivo de apertura que no requiriera de herramienta especial (es decir, que pueda realizarse con las manos desnudas) fueron los de las latas de bebidas (refrescos o cerveza). Idearon una lengüeta con una anilla, que yace muy pegadita a la tapa de la lata. Tras levantar la anilla a fuerza de uña, se tira de ella y se abre una ventanita en la lata, por la que ya se puede escanciar o directamente beber. En la primera versión, anilla y lengüeta se desprendían de la lata, pero eso provocaba que cada lata generaba dos elementos a tirar (la lata propiamente dicha más la anilla con la lengüeta) de las que había que disponer propiamente para no ensuciar (contaminar, degradar) el entorno. Demasiado para un usuario medio, lo que provocaba montones de anillas con lengüeta tiradas por todas partes. En la segunda versión (la actual), la lengüeta simplemente se hunde en el líquido, sin desprenderse. De modo que sólo hay que disponer propiamente de un objeto por lata. El hecho de que el líquido contenido se deslice por encima de la lengüeta, que ha estado expuesta a todos los elementos agresores del medio (polvo, suciedad), parece no preocupar a nadie.

Llave abrelatas de pestaña
(JMBigas, Enero 2011)

Aunque, progreso tecnológico obliga, sucede ya en muy raras ocasiones, a veces ocurre que la anilla se desprende sin hundir la lengüeta y, por tanto, sin crear ninguna apertura en la lata. En este caso, y si tenemos a mano la caja de herramientas que hay en todo hogar, lo siguiente que sucede es que intentamos hundir la lengüeta a la fuerza, con martillo y destornillador. Con efectos variables, que incluyen las múltiples salpicaduras, o incluso el derrame parcial del líquido por la superficie de trabajo o incluso por el suelo. Si el accidente nos sucede al aire libre, es muy probable que acabemos con sangre en las manos, o simplemente tirando la lata sin usar acantilado abajo, entre blasfemias que creíamos olvidadas.

Detalles de la entalla y la anilla de una llave abrelatas de
pestaña. Como bonus, en la anilla hay un abrebotellas.
(JMBigas, Enero 2011)

Pero, para mí, el paradigma de los abrefácil en las latas, son las conservas de pescado. Especialmente las latas de lo que solíamos llamar atún, y que hoy requiere apellidos diversos (atún claro, atún blanco, bonito del Norte,...), o las de sardinas y así. Tradicionalmente, las latas llevaban una tapa sellada con una pestaña plegadita sobre el borde. Para abrirlas se utilizaba un abrelatas muy simple (tengo todavía uno de esos en casa, que hace años ya no utilizo, claro, al que le he hecho unas fotografías para que lo recordéis). La pestaña se desplegaba y se introducía en una entalla del instrumento. Se le daba vueltas a continuación a la llave (así se llamaba habitualmente a este tipo de abrelatas) de modo que la pestaña se enroscaba y tiraba del resto de la tapa, que terminaba enrollada estrechamente en la llave. Su separación de la llave (para poder utilizar esta más adelante con otra lata) no era una operación fácil, y resultaba recomendable tomar un trapo grueso (para proteger las manos de los probables cortes) e intentar extraerla simplemente por tracción.

Resultaba un poquito truculento y requería disponer de una de esas llaves a mano. Algunos fabricantes idearon unas llavecitas más pequeñas, que se incluían junto a la lata, de un solo uso. Claro, al ser más pequeñas, la fuerza que había que hacer durante el retorcimiento y extracción de la tapa era ciclópea.
Lata moderna de atún, recién abierta
(Fuente: piesraros)

Sin embargo, ese método prácticamente no tenía riesgos para el usuario (si exceptuamos la separación de la tapa retorcida y la llave). Casi siempre se conseguía abrir la lata sin una sola salpicadura de aceite hacia el exterior de la lata. Cuando se usaba una de esas llavecitas pequeñas, a menudo se decidía no desprender la tapa por completo (para tener al final un único elemento del que disponer propiamente). En ese caso sí que el riesgo de llevarse cortes en algún dedo era elevado.

Entendiendo que este método resultaba lamentablemente rudimentario para una economía emergente impulsada por los sucesivos Planes de Desarrollo, la industria decidió investigar y encontrar una forma más moderna de abrir ese tipo de latas. Y se inventó el abrefácil, ampliamente publicitado incluso en las propias latas, intentando establecer una ventaja competitiva basada no en el contenido sino en el continente. Creo que prácticamente todos los fabricantes han acabado adaptando este nuevo método, por lo que ha dejado de ser una diferencia publicitable por nadie.

El abrefácil para una lata de conserva de pescado consiste en una tapa que no está sellada sobre la parte superior del vaso, sino en su borde, con una anilla plegada sobre ella. Otra vez la anilla, siempre que vemos una ya vamos imaginando que allí habrá que meter algún dedo. En efecto, hay que levantar la anilla (a veces a fuerza de dejarse las uñas), introducir un dedo en la anilla y tirar de ella. Pero, ¡cuidado!, hay que dosificar la fuerza que aplicamos. Si el esfuerzo es demasiado brusco, corremos un riesgo cierto de que se desprenda la anilla sin realizar su función de arrastre. Hay que tirar poquito a poco, incrementando progresivamente la fuerza. La tapa empieza a desprenderse del vaso de la lata por donde está la anilla. Seguimos tirando (a la vez hacia arriba y hacia la zona donde la tapa todavía está pegada a la lata), y la tapa se va desprendiendo y combando a la vez.

Llega un momento en que debemos tomar una decisión. O bien dejamos la tapa todavía pegada a la lata por su extremo (con lo que aumentamos exponencialmente el riesgo de algún corte al servirnos el contenido), o bien tiramos hasta el final y la desprendemos por completo. Hay que entender varias cosas, para comprender las consecuencias de cada acción. Primero, el pescado habitualmente está conservado en aceite de algún tipo, que rellena la lata. Segundo, la tapa casi desprendida es una lámina metálica combada, empapada de aceite. Si decidimos separar por completo la tapa (para disponer propiamente de ella por separado) y el último tirón es demasiado brusco, esa lámina combada sufrirá algún tipo de vibración y va a actuar de hisopo (de aceite que no de agua bendita) y lanzará gotitas grasientas en todas direcciones. Alguna acabará en la ropa que llevemos, el resto en la superficie de trabajo donde se celebre el acto y en el suelo.

Dosificando finamente la fuerza aplicada, podemos conseguir que el desprendimiento final no provoque ninguna vibración en la lámina, y no haya salpicaduras de aceite. Una vez entre bastantes lo podemos conseguir.

Resumiendo, el abrefácil es un método de apertura por el que en lugar de involucrarnos en el acto de la apertura, debemos implicarnos en él, con riesgos ciertos para nuestra integridad.
Lata con laminilla de papel metálico como cierre
(Fuente: forocoches)

Últimamente he visto que alguna marca ha ideado un nuevo método de apertura, que parece un diseño realizado pensando bastante más en el usuario final. La tapa metálica (esa lámina hisopo) se sustituye por una laminilla como de papel brillante, con una pestaña que hay que desplegar y tirar de ella. Desde luego, la apertura parece una operación mucho menos arriesgada. Lo que ignoro es si este nuevo método influye en la conservación del contenido, o en la duración de la conserva. Y no tengo contrastado el grado cortante que pueda tener esa laminilla una vez desprendida.

Claro que la gama alta, la línea gourmet, parece preferir el frasco de cristal para este tipo de conserva. Con un tapón metálico encajado, de cuya apertura ya hablaré otro día.

JMBA

1 comentario:

  1. A mi, estas que dices con "laminilla" me funcionan bastante bien, pero, primero no están muy extendidas y segundo creo que es mucho más fácil que puedan presentar algún poro o pequeño agujerito (posiblemente del transporte) que haga que el producto pierda salubridad.
    El abrelatas de la foro para mi siempre fue una tortura casi tanto como el abrefacil.
    Se me olvidaba, me encanta la sección "pequeñas cosas que no molan nada"
    Hasta la próxima
    Montse

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