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miércoles, 9 de junio de 2010

La Abuela Rafaelita

Tal día como ayer, ocho de Junio, de 1969 (hace la friolera de 41 años), falleció la única abuela que he conocido viva, Doña Rafaela, la madre de mi madre, a la edad de 84 años (al menos así se ha creído siempre, porque había alguna duda sobre el año exacto de su nacimiento).

Rafaela era una mujer severa, de armas tomar, que enviudó en el 41 (por motivos obvios, yo no conocí a mi abuelo, Don Francisco). Desde entonces vivió con su hija y su yerno (mi padre), y luego mis dos hermanos y yo mismo. Su segundo apellido (Rodríguez) parece ser que provenía de algunos antepasados de León.

Por lo que recuerdo, la abuela Rafaelita tenía todas las dolencias habituales de los ancianos, empezando por una hipertensión salvaje, acompañada de jaquecas crónicas, más arterioesclerosis y otras lindezas.

La infancia de los tres hermanos estuvo impregnada de la yaya, que convivió con nosotros hasta su muerte.

Con frecuencia recibíamos en casa la visita de su hijo preferido, Manuel, médico rural en un pueblo de Lérida, con su mujer y mis primos.

Rafaela ocupaba la habitación contigua al comedor. De este modo, tenía menos necesidad de movilizarse por el largo pasillo del piso del barrio de Gracia (donde yo nací), ya que en los últimos años de su vida, tenía dificultades motrices.

Rafaela (nacida en la década de los 80' del siglo XIX) nos contaba cosas fabulosas del pasado, como los fastuosos banquetes que se servían con ocasión, por ejemplo, de la Navidad. Nombraba una colección infinita de platos, terminando con las gallinas en pepitoria, cuando ya todos estábamos ahitos sólo de oírlo.

Mi madre y mis abuelos vivieron la Guerra Civil en Barcelona, y nos contaban todas las penalidades que pasaron para poder asegurar la subsistencia. Empeñando o malvendiendo las pertenencias de la familia, y así pudieron salir hacia adelante. Mi madre nos contó muchas veces el terror que vivió por un bombardeo que la pilló por la calle, yendo o viniendo de la casa de empeños. Por la época, tenían una torre (hoy diríamos chalecito), en el Carmelo, que era entonces casi zona de veraneo, y donde hoy se han producido socavones por las obras del Metro. La torre también sucumbió a los efectos de la guerra.

Unos meses antes de morir, Rafaelita decidió que ya no le compensaba seguir viviendo más tiempo. Cada vez le costaba más entender el cambio de los tiempos, y sufrió conviviendo con la adolescencia y juventud de mis hermanos y mis primos, allá por los 60'. Un día se dió cuenta de que su batalla por mantener ciertos principios inmutables estaba perdida, y bajó los brazos.

En unos meses, las dolencias propias de su avanzada edad le fueron apagando la vida como quien extingue una vela. Y acabó muriendo al final de la primavera de 1969.

Su habitación se convirtió en un despacho, con una generosa librería funcional, siempre atiborrada de libros en doble o triple hilera, donde en otros meses de Junio posteriores sudé la gota gorda preparando los exámenes de la Universidad.

Descanse en paz, la yaya Rafaela.

JMBA

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